La libertad es una victoria, pero no todas las victorias son libertad. Las que importan son aquellas que te hacen sonreír en tu interior, no las que marcan la casilla porque has conseguido lo justo para hacerlo. A los trofeos, las medallas y los premios no se les ha perdido nada aquí. Los galardones brillantes pueden impresionar a algunos, pero son meras fachadas de la resignación de que esto es todo lo que vales. Cuando vuelves a cerrar el telón, descubres a alguien que está perdido, sin ningún sitio adonde ir, atrapado. La victoria que importa es la de serte fiel a ti mismo, y liberarte.
Las victorias tienen fecha de caducidad. Si luchas por ganar, en algún momento vas a tener que parar y abandonar la lucha. Una victoria es la meta de llegada, un punto y final a un viaje. Y los puntos finales no conllevan progreso: la vida no termina cuando has conseguido tu objetivo. Las victorias son cuantificables, están vacías y amenazan con atraparnos a la vuelta de cada esquina. En el fondo, sabemos que somos más que nuestro curriculum y, aun así, seguimos dejando que nos defina.
Cuando aceptamos una victoria, estamos abandonando la lucha, y aceptamos que esto es lo mejor que vamos a conseguir, y que no hay dónde ir, ningún camino que seguir a partir de ahora. La victoria es una barrera, un obstáculo a la libertad y la liberación. Nos mantiene encasillados en papeles convenientes a niveles convenientes. Es posible que te descubras pensando "esto es lo máximo a lo que puedo aspirar" o "este era mi destino y, si soy sincero, lo he hecho bastante bien". Pero no es suficiente. El destino es un concepto fabricado por el hombre para mantenernos satisfechos con nuestra vida. Es un límite que usamos antes de siquiera acercarnos a la meta. El destino y la victoria son puntos finales, y la libertad no se calcula con puntos finales. Las victorias llegan de todas las formas y tamaños. Algunas son notables; otras, punitivas, pero ninguna de ellas debería ser lo bastante importante como para detener nuestra trayectoria.
Cruzar la línea de meta de una carrera es acercarse al inicio de otra. La trayectoria no acaba solo porque hayamos alcanzado un objetivo arbitrario. La libertad no es una victoria que se vaya a quedar quieta. Se escapa continuamente, sin girarse para comprobar en qué punto nos hemos quedado atrás. Es muy difícil lograrla, pero es la única victoria por la que vale la pena luchar porque no intenta sentar límites en nuestra autoestima. Las victorias son cómodas, nos dan etiquetas y temas de conversación, pero son puntos finales que nos atrapan con una versión restringida de nosotros mismos. Atrévete a liberarte de tus victorias, y comprueba cómo te sientes al ser verdaderamente libre.